Anixa by C. J. Nemo

Anixa by C. J. Nemo

autor:C. J. Nemo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
publicado: 2012-11-22T23:00:00+00:00


20.–Welcome to London

Londres, 17 de diciembre del año 2004

I.

Alejandro se despabiló cuando notó que la nave aterrizaba. Acercó su nariz a la ventanilla y divisó un desierto de oscuridad en la mar y algunas luces en la plataforma. Un vehículo se acercó al avión, tenía todo el aspecto de ser un camión militar. Alejandro supuso con buen tino que se encontraban en la isla de Ascensión. ¿Quién será nuestro benefactor que tiene permitido el repostar en una base militar?, pensó admirado.

Clara dormía profundamente a su lado. Se le había resbalado la manta de los hombros. Alejandro sonrió complacido y la tapó, había decidido cuidarla para siempre.

En breve, Alejandro retomó el sueño. Esta vez viajó por canales inexplorados en su inconsciente. Otra vez estaba en la Galia, la daga de un verdugo se había elevado en el aire, ya caía, ya consumaba la orden del bárbaro. Pero Denis decidió que el lugar de su entierro sería otro, el sur de Montmartre. Recogió con sus manos su propia cabeza, la envolvió en la túnica que llevaba y caminó cuatro mil metros hacia la portada sur del templo.

Llegaron en ese momento en el sueño, siglos después en la historia, nueve caballeros de la Orden del Templo ataviados con sus túnicas blancas de cruz roja al pecho. Se colocaron frente al vitral de DIONISIVS para apreciar de cerca la flamante reforma gótica. Dionisio sostenía en una mano sus propios escritos y, en la otra, la bandera oriflama de Saint Denis. Un anónimo caballero templario se encontraba plasmado en el vitral, eternizado con el gesto de levantar la insignia.

«No hay luz más intensa y penetrante que aquella primera que rompe la oscuridad», proclamó el abad, Suger. Alejandro Arce, aún dormido, estiró el brazo para buscar el cuerpo de Clara, ella era su luz. Entremezclaba su propia existencia actual con sus sueños, filtraba el ruido de las turbinas en vuelo con el silencio infinito del claustro. Las vidrieras de la abadía centelleaban luces de alquimias, el cobre trasuntaba en rojizos, los cobaltos en azules, el manganeso en marrones y púrpuras. Sonreía embelesado, admiraba la obra de Dios.

La obra tuvo su comienzo en unos siglos en los que la humanidad iletrada, analfabeta, carente de herramientas útiles a su intelecto y razón, emprendería un cambio al seguir la lux nova, la geometría perfecta. La aplicación de leyes físicas de Saint Denis no necesitaba el tener que servirse de palabras para ser comprendida, como no era necesario echar mano a grandes teorías psíquicas para sentir los efectos que produce el observar un triángulo equilátero, una circunferencia perfecta o una cruz.

Alejandro murmuraba frases incomprensibles sin que nadie pudiera oírle. Llevaba consigo un manuscrito que apretaba contra su pecho mientras recordaba las palabras del monje: La construcción, los símbolos y las imágenes compensarían la necesidad de palabras; las esculturas de luz estimularían la imaginación, la sed de conocimientos; la bóveda de cruces hablaría de una ley superior de física; los contrafuertes del ingenio. Los arbotantes obrarían de nexo y equilibrio; el color, de estímulo.



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